Abracanada

Poemas que permanecen inéditos y conforman el tercer libro de Teny Alós

11.2.07

Tango



Malevo
I

No dice nada.
Arranca al parque esa inexpresividad de domingo atardecido;
su índole cae de cuajo.
No piensa nada.
Arcano trajín del solitario,
amargo crimen que no se despega de los labios.
La calesita perturba,
seduce ese compás
con su danza de tonos ligeros.
La borra de la ecuación se asienta sobre el alma.
Y va repitiendo,
en los vagones vacíos del insomnio,
cuervitos de una soledad
que desembocan en una calle a la que no quiere volver.
Atraviesa el espejo al galope de sus fantasmas.
Devuelve una lágrima
que se estrella
contra el fortín incendiado de la mirada.
Estalla la pecera.
El tango despierta en la emanación de porcelanas de su corazón.



Bajo fondo
II

Esperan una señal indescifrable para atacar.
La noche recorre
con su lengua lasciva
las acertijas palabras
de una ciudad que alguna vez les perteneció.
Son un puñado de sombras que se entrecruzan lentamente.
Han secuestrado a la nostalgia
y la arrastran, jadeando, a su guarida.
La refriega ululante de una sirena
les recuerda que han atravesado el alambrado.
No les conviene ser vistos.
Van, como una delación, separando sensaciones.
Las calles los aman.
Ellos necesitan esa mirada caliente en la piel.
Son el graffiti surrealista sobre la pared ferozmente blanca.
El sonido natural del bisturí en la carne viva.

El fotógrafo
III

Es un hombrecito en puntas de pie,
un esquimal tratando de aprenderse el prospecto de un bronceador,
un paracaidista virtual gritándole procacidades a las aves en pleno vuelo,
un pingüino cruzando (como monje autoflagelado) el Sahara,
una metáfora intentando tramoyar los significados
deliberadamente a su favor.
De repente detiene su voracidad
y congela las imágenes
elegantes, perversas, irrenunciables,
apunta con su corazón a la lente mágica,
pretendiendo hurgar en los secretos insepultos,
en los oasis espectrales que nadie ve.
Se sorprende fisgoneando en la cerradura de su propia puerta.
Frecuencia modulada de la incertidumbre que lo tiene en la mira.
La luna lo mira con piedad y también con lujuria,
abre en su silueta el deseo eterno de la sed cortesana.
Su ojo ciego sabe con ironía
que sólo lo salvarán su intuición o su impaciencia.
Las madrugadas le taladran el costado bandoneón de la energía
con disparos sordos de óxido que recibe en su energúmeno sable.
Saltan caprichosamente los vahídos del sol
sobre el lomo de una diosa de pantalones negros.
Ella ríe a la superficie de la inocencia,
donde los misterios flotan indemnes
para el ángel tuerto que suspira regocijado de latidos indoloros.
El día baña augurios en sus lágrimas secas.
Lastres indefensos,
fuera de foco,
afilando el arpegio de los recuerdos.
Una aurora de quietudes soplonas
girando su pálida sombrilla
para que el flash perenne del arco iris
refleje e imprima en la memoria psico
un movimiento en verdadero.

Ella
IV

Toca el timbre de su piel.
Ella está allí,
esperando que su sexo canibalice los humores
y salpique el húmedo incendio con semen certero.
Las horas recorren cuerpos desnudos
bifurcados, entre las sábanas,
por ríos pedregosos de canto silvestre.
Se trata de perseguir crudas imágenes que nunca fueron ciertas,
se trata de no llegar a buen puerto, de repetir lo irrepetible.
De alcanzar un pueblo fantasma donde la luz ha encallado.
La fantasía apuesta todo al aliento de su dragón.

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