Abracanada

Poemas que permanecen inéditos y conforman el tercer libro de Teny Alós

28.2.07

Las otras mujeres


I

Abandonan un amante que blande en silencio la culpa de su rosa sádica.
Cartílago de luciérnagas
escribiendo en la última pared de la noche
una carta apócrifa
que deja atrás
sus propios gritos
ahogados.
Los límites de su llanto
encierran una felicidad ciega,
arrojada al barro.
Bajo el tinglado de la desilusión,
una intención se tizna de palabras a destiempo,
de besos mal apuntados,
de respuestas descorazonadas.
Moneda con cara de insomnio
y del otro lado,
la sed que extraña el veneno.
Ya se sabe, no sobran alegrías.
Pica boletos la tristeza bajo un cielo desconsolado.


II

Luna llena de las alcantarillas.
Pedazo de estopa que frota corazones pendientes de sentencia.
Ansiedad del frasco por encontrar su cuchara y su enfermo.
Potrillo torpe mirando desde el establo la lluvia ácida.
Escenario de luces contradictorias,
de inalcanzables planetas suburbanos.
Luna llena en la ventana de la servidumbre cama adentro.
Barrilete pendiendo en la mano de un chico que corre baldío adentro.
Vela que destella en el viento de océanos perdidos.
Acordes de una guitarra que desafina en otro infierno.
Emociones encerradas en una caja de zapatos
que un borrachín va pateando de regreso a ninguna parte.
Luna llena de los náufragos.
De los proverbios vacilantes.
De los pueblos en guerra.
De los sepias de un buen fernet.
Minúsculo experimento del universo que abre llagas en la soledad.
Francotirador despierto en la tregua pactada.
Luna llena sin compás y sin geometría.
Mensaje traicionado por las luces de la ciudad.
Gorriones enamorados
en los aposentos hostiles
de una viña invernal.
Palabra callada que busca casa entre los escombros.
Luna llena.
Cabriola en el espíritu de las solitarias.


III

Tienen los ojos llenos de preguntas.
Los silencios afilados como bayonetas.
Pequeños surcos de leche turbia.
Un perdigón aterrizado en la yema de la traición.
Quizá entendieron mal.
Tal vez cerraron los brazos antes de encontrar el cuerpo.
Vienen de un lugar desconocido: ellas mismas.
Y dejan espacio para que los monstruos inconmensurables
de cada noche
les mojen los labios.
Sal de poros castigados.
Piel retorcida en secreto por un sueño mitad posible.
Caparazón rojo de cangrejo preso.
Pañuelo negro donde se secan rencores agitados.
Mujeres que se aferraron a todo el día
mientras se les escapaban
cada uno de los instantes.
No aprendieron jamás
dónde termina el zapato,
dónde empieza su huella.
Cantimplora vacía
que les deja paralítico el aliento.
Áspera la lengua.
Víctimas de su ley, se desploman.
Líquido sol de las venas que se detiene.
Y nadie a mano.
Sólo ellas,
caminando en la siesta
de un invierno con gusto a canela.


IV

Vientos del corral remueven lo humano que hay en el dolor.
Estalactitas de odio,
en pechos todavía firmes,
nublan los periódicos y los carteles de peligro.
El televisor permanece encendido,
para nadie,
en la última habitación.
Ronronea vagamente noticias
y amores imposibles entre venezolanos.
De un sorbo,
tragan media dosis de una promesa que, saben,
no cumplirán.
La furia de aquellas voces angelicales
impresiona sangrientamente sobre la piel.
Están solas otra vez frente al viejo espejo.
Y la que las mira detrás del vidrio, en su encierro, sonríe sin verlas.

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